Daego se levantó rápidamente del suelo. Al otro lado del inmenso bloque de piedra escuchaba el sonido de la guerra. Así que sin más preámbulos desenvainó su espada como le había recomendado su tío Rayzzen.
Era una buena arma, forjada en el castillo feudal de los Momonori. No obstante, a Daego no le había dado tiempo a practicar mucho con ella, no estaba acostumbrado a su peso ni su balance. Tragó saliva y miró con nerviosismo a su alrededor.
Estaba en la zona más frondosa del parque que rodeaba la torre de hechicería. A lo lejos podía ver gente correr, alguno de ellos con feas heridas.
-Tengo que ayudar al indefenso. -se dijo a si mismo mientras avanzaba con cautela entre los árboles. A cada paso que daba se escuchaba un sonoro ¡chof! Pues tenía las botas caladas de agua.
Estaba maldiciendo mentalmente su problemática idea de subir a lo alto de la fuente cuando un arbusto se movió súbitamente frente suyo. Daego alzó su espada en posición de guardia. Aferró con tanta fuerza la espada que los nudillos se le pusieron blancos.
-¿Quién va? -preguntó con nerviosismo.
El arbusto se volvió a mover, esta vez de forma más violenta. Daego dio un paso más en su dirección, con otro sonoro ¡chof!, cuándo algo salió rodando de él.
Instintivamente, Daego giró su espada en un ágil movimiento circular descendente. Directo a lo que sea que se hubiera movido. Pero detuvo su espada en última instancia. Era un gato. Uno de color negro con un extraño collar.
-¡Oh! -dijo resoplando- Que susto me has dado. Tienes que irte de aquí, es peligroso.
Daego se puso de cuclillas, extendió su mano y empezó a llamarlo con un “pspspsps…”. El gato se le aproximó dando saltitos y rozó todo su lomo en su mano mientras ronroneaba. Estaba extrañamente frío al tacto, aunque Daego lo achacó a sus propios nervios.
-Debes irte a casa… tus dueños deben estar preocupados. -le dijo mientras miraba con curiosidad el collar que portaba. Parecía un fragmento de cristal negro.
Un alarido lo hizo ponerse en pie de un bote. Un hombre anciano estaba siendo perseguido por otros dos con espada. Rápidamente se quitó las botas, pues eran más un lastre que una ayuda en aquel momento. Al sentir la tierra en sus pies una reconfortante sensación de alivio lo llenó.
A Daego se le disparó la adrenalina. Salió corriendo en pos de los agresores con las palabras de Rayzzen grabadas en su mente “Protege a los indefensos”. Rápidamente alcanzó al agredido y se interpuso entre éste y sus perseguidores.
-¡Atrás! -gritó desafiante con la espada en alto.
Ambos llevaban la cara cubierta desde el cuello hasta la nariz con un trapo negro. En él había una extraña inscripción, un símbolo. Un círculo del cual ascendían unas sinuosas líneas. Uno de ellos, el cual parecía tener una de edad similar a su tío Rayzzen, bajó la espada y avanzó un paso hacia Daego.
-Niño, vete de aquí, esto es un campo de batalla. -dijo con voz grave.
-Cuidado Valerith, lleva espada. -objetó el otro, rodeando a Daego- ¡Y parece buena! Será el hijo de uno de estos nobles.
-¡Atrás os digo! -repitió Daego sin ceder ni un centímetro. Abrió su guardia desplazando sus pies de forma adecuada, tal y como había practicado incontables veces, para defenderse de varios agresores a la vez- No pondréis ni un dedo encima a este pobre anciano.
-¿Qué…? -preguntó confuso el tal Valerith. Luego, para sorpresa de Daego, se hecho a reír- ¿Pobre anciano?, ¡No seas iluso niño! El hombre que tienes a tus espaldas es miembro del consejo regente de la ciudad. ¡Tiene las manos tan manchadas de sangre como su líder, Alrich!
-Deja de llamarme niño. -contestó Daego enfadado. No entendía absolutamente nada de lo que le estaba contando aquél ronin. Pero lo cierto es que cada vez se estaba poniendo más nervioso. Daba la impresión de que aquellos hombres no se irían por las buenas- ¡Seré un gran paladín!
-¡Deja de decir tonterías! -vociferó el hombre que le estaba rodeando, para acto seguido abalanzarse sobre Daego, espada en alto. Directo al cuello.
Daego movió rápidamente su espada para detener el golpe haciendo deslizar el filo enemigo con la hoja de su arma. Luego, con rapidez, contraatacó situándose detrás de su contrincante. Tenía toda la espalda al descubierto. Solo tenía que bajar con la suficiente fuerza la espada y la cuchillada lo mataría.
Pero Daego se quedó clavado. Inmóvil. El corazón le latía a toda velocidad. ¡Sólo tenía que bajar la espada! Pero mataría a aquella persona… y las dudas le jugaron una mala pasada.
Alguien le atacó por la espalda antes que pudiera reaccionar. Sintió un fuerte golpe en una pierna y cayó al suelo.
-Déjamelo a mí. -sonó la voz de Valerith detrás suyo- Tu encárgate del viejo. Hoy se hará justicia hermano.
-Maldito mocoso… No te entretengas. -contestó el otro mientras salía corriendo tras el anciano, el cual huyó en cuánto tuvo oportunidad.
Daego giró sobre sí mismo y con un fluido movimiento se puso en pie… para recibir un fuerte puñetazo en la mejilla que lo volvió a tumbar.
-Te mueves rápido chaval. -le dijo Valerith, quien puso un pie sobre su pecho para que no se moviera- Pero si de verdad quieres ser un paladín te hará falta mucho más que eso.
A Daego le faltaba el aliento. Aún así intentó realizar un corte con la espada que aún aferraba como si le fuera la vida en ello. Pero el guerrero era mucho más experimentado que él y desvió el golpe con tanta fuerza que hizo volar su arma a varios metros de distancia.
-¡Buen intento! -rio entre dientes su captor- Pero eso no será suficiente. Mira chico… no quiero tener que matarte, así que mejor vete lejos. Aún tienes una larga vida por delante. No la malgastes aquí, defendiendo aquellos que no lo merecen.
“No estoy haciendo lo suficiente” pensó Daego que notaba como cada vez le faltaban más las fuerzas. “No estoy haciendo lo suficiente. No estoy haciendo lo suficiente” se repetía una y otra vez mentalmente. Rayzzen se avergonzaría de él si caía a la primera ocasión. Tal vez no le dejaría ser paladín. Todo se habría acabado. Las lágrimas empezaron a caer por las mejillas de Daego. Lágrimas de frustración. Haciendo un gran esfuerzo estiró sus brazos para luego sujetar con una inusitada fuerza la pierna de Valerith.
-Es… táis… matando… inocentes… -replicó con una furia creciente, completamente fuera de sí- ¡Yo… seré… UN… GRAN PALADÍN!
Daego giró con tanta fuerza la pierna que lo tenía sujeto que chasqueó, haciendo que su captor cayera al suelo.
Viéndose liberado, rodó por el suelo y fue rápidamente a por la espada. Se enjuagó las lágrimas con la manga de su camisa y después se abalanzó contra Valerith. Éste se retorcía en el suelo sujetándose la pierna. Al llegar a su altura le apuntó con su espada, completamente serio.
-Chaval… podrás arrancar todas las flores del campo… pero nunca detendrás la primavera que está por llegar. -dijo éste mirándole a los ojos- Acaba esto de una vez. Si de verdad quieres ser un paladín tendrás que aprender a matar.
Las palabras de aquel hombre desconcertaron enormemente a Daego. Dudaba. Alzó rápidamente la espada, por encima de la cabeza. Las manos le temblaban. Al final, muy lentamente, bajó el arma. No podía matar aquel hombre.
-Puede que tengas razón. -le dijo mirándolo de arriba abajo. Daba la impresión que tenía el tobillo malherido. Tal vez roto- No termino de entender porqué estáis luchando, pero lo que está claro es que tú ya no podrás hacer daño a nadie. Si puedo evitar una muerte innecesaria así lo haré.
Daego no añadió nada más. Dio media vuelta y salió corriendo en busca de aquél que lo necesitara.
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