-¡WAAAAOOO!, ¡tío ya hemos llegado!, ¡Tío!, ¡Tío Rayzzen!, ¡Es Nueva Arcania! -exclamó el joven Daego. El barco dónde navegaban desde isla Kaumi se balanceaba al son de las olas mientras aparecía la majestuosa ciudad. Era la primera vez, en sus doce años de vida, que salía de su país. Todo era nuevo y emocionante para él.
-Ya, ya… ¡bájate del pasamanos de la borda o te volverás a caer! -bramó Rayzzen que se aproximó a su sobrino a pasos agigantados.
Rayzzen era alto y apuesto. Con una oscura melena que le llegaba hasta media espalda y llevaba siempre recogida con una cola alta. A pesar de ello, varios mechones de cabello se le escapaban por aquí y por allá, con gracilidad. Sus ojos rasgados miraban a su alrededor con una viva inteligencia. Justo debajo de su ojo derecho tenía tres lunares que formaban un triángulo. Rasgo distintivo de los Momonori. El tío de Daego siempre vestía una camisa blanca muy ancha que llevaba abierta hasta el pecho y unos pantalones ajustados. En su hombro izquierdo llevaba una hombrera de metal con unos extraños grabados. A Daego siempre le había fascinado esa pieza de armadura, pero su tío nunca le había contado gran cosa sobre ella.
El joven bajó de un salto y se estiró el kimono de entrenamiento que siempre llevaba puesto. Sus botas chocaron contra el suelo de madera con un quedo crujido. A Daego no le terminaban de gustar, pues no estaba muy acostumbrado a llevarlas. El prefería ir descalzo o con unas cómodas sandalias. Pero ante la insistencia de su tío se vio en la obligación de ponérselas.
Rayzzen por su parte, al llegar hasta su sobrino, le revolvió el pelo con una sonrisa afable. Daego detestaba que lo hiciera pues hacía poco tiempo que había empezado a lucir una pequeña coleta y se le soltaba con bastante facilidad.
-¡Tío! -exclamó enfadado mientras se recogía el pelo.
-Mira Daego… ¡qué magnífica ciudad! -le dijo pasándole un brazo por los hombros.
La ciudad de Nueva Arcania, capital del reino humano Arcano, se encontraba anclada entre dos colinas. La gran biblioteca se alzaba sobre el promontorio del oeste la cual hacía las veces de gran faro. Sobre la colina del este se erigía el castillo Pendragón, sede del gobierno Arcano.
La ciudad se dividía en dos zonas amuralladas. En el barrio alto, próximo al mar, se alzaban los palacetes señoriales de la nobleza arcana. Esta zona atraía a miles de personas de todo el mundo, erigiéndose como un gran centro de comercio. Al norte y separado por una formidable muralla se hallaba el barrio bajo, dónde las calles y edificaciones se aglutinaban y dividían sin orden. El barrio bajo se había convertido en lugar de reunión para todas las razas del mundo. Berserkers, elfos, pictos y enanos compartían información y hacían tratos en igualdad de condiciones.
El ajetreo del muelle, el ir y venir de cargueros y navíos de todo tipo de naciones llenaban de furor a Daego, quien no podía esperar para bajar a ver la ciudad que se abría ante sus ojos.
-¡Vamos tío! -gritó Daego, quien tenía el petate sobre el hombro, listo para salir nada más armaran la pasarela de embarque. Se ajustó bien su katana al cinto y miró con impaciencia como el barco se aproximaba al muelle.
-La ciudad no se va a ir a ninguna parte. -le dijo Rayzzen poniéndose a su lado. No obstante, sonrió de buena gana. Él también recordaba la primera vez que salió de Kaumi para emprender su propia aventura.
Ambos cruzaron el portalón de la inmensa muralla que separaba los astilleros de la zona alta de la ciudad. Unos rudos soldados con armadura brillante vigilaban las idas y venidas de los transeúntes. A Daego le causó furor ver aquellas armaduras y no pudo evitar plantearle la cuestión a Rayzzen.
-¿Son paladines tío? -preguntó Daego señalando con la cabeza los guardias.
-No Daego, son guardias de la ciudad. Guerreros nacidos en Nueva Arcania e instruidos para el combate. -explicó Rayzzen mientras traspasaban los siete metros de la gruesa muralla, tras lo cual se abrió la avenida principal del barrio alto de la ciudad.
-Ya… la verdad es que no se parecían mucho a ti. -contestó Daego quien tenía los ojos como platos observando todo a su alrededor- ¿Todos los paladines son como tú, tío?
-Bueno… -Rayzzen río con fuerza llevándose una mano a la nuca- Lo cierto es que cada paladín es un mundo. Depende mucho del linaje del maestro. Mi mentor, por ejemplo, fue Horthar e inevitablemente se nota en mi forma de ser.
-¡WUA!, ¡Horthar custodio de Luz! -Daego apretó los puños e hizo ver que tenía un escudo en su brazo izquierdo, dando golpes imaginarios a diestro y siniestro- ¡Dicen que jamás nadie ha podido hacerle ni un solo rasguño!, ¿es cierto tío?, ¿Y cómo es Horthar?
-Horthar… -la pregunta sorprendió a Rayzzen que meditó unos instantes antes de responder- Imagino que es imposible de explicar con palabras y que no suene infantil… para entender como es, hay que conocerle…. Hum, ¿Daego?
Pero Daego había desparecido de su lado. Se volvió a su alrededor y lo encontró con la cara apretada contra el escaparate de un alquimista. Sonrió y sacudió la cabeza. Estaba claro que su sobrino estaba sobreestimulado.
-¿Algo interesante? -le preguntó al llegar a su altura.
-¡Mira tío! En la vida había visto cosas tan extrañas… poción de berserker… -leyó a través del cristal, que estaba atestado de multitud de frascos con los más extravagantes colores. La poción de berserker justamente brillaba con un tono rojizo y dorado muy tentador- ¿La has probado alguna vez?
-Si bueno… -contestó Rayzzen rascándose la cabeza- Es una poderosa poción… con unos efectos secundarios nefastos. Quien la toma aumenta sus capacidades físicas hasta llevarlas al límite y durante un tiempo serás prácticamente invencible. Pero pasado su efecto… ¿Daego?
Rayzzen volvía a estar solo. Se giró para mirar a su alrededor buscando a su hiperactivo sobrino. Se lo encontró unos metros más adelante mirando embobado lo que parecía una conversación entre un elfo picto y un fornido berserker. Lo cierto es que resultaba chocante ver los dos extremos raciales hablando entre sí. Los elfos pictos son bajitos, con cuerpos atléticos y largas orejas puntiagudas, con un tono de piel que va del marrón terroso al verde oliva. Sus rostros, por lo general, suelen ser muy agraciados, muy en sintonía con sus hermanos “altos” los elfos comunes. Por contra, los berserker son altos, con una abultada musculatura y un tono de piel rojizo que destaca enormemente con el color blanco de sus cabellos.
-No puedes parar quieto, ¿eh Daego? -le dijo a su sobrino al llegar a su altura- Vamos, es de mala educación mirar fijamente a la gente por las calles.
-¿Qué son tío? -preguntó éste asombrado.
-Un picto, nativo de los bosques silvanos. -le explicó a Daego, agarrándole del kimono para asegurarse que no volviera a dejarle solo- El otro, es un berserker de las tierras de fuego.
-El pequeño… le ha dicho al grande… que le va a dar una “soberana paliza”. -dijo Daego con incredulidad- Eso no es posible, ¿no?
-Estaría de broma…
-¡Te repito grandullón que soy capaz de tumbarte con una sola mano! -gritó el elfo picto con una voz sumamente aflautada e infantil- ¡Hagamos un pulso para que te lo pueda demostrar!
-Está bien pequeñajo. -replicó el berserker con una voz profunda y gutural. Tomó una caja de madera que estaba junto a la pared y la interpuso entre el picto y él- Pero si te arranco el brazo luego no quiero quejas. Asume tu derrota como el buen guerrero que tanto dices ser.
-Tío… ¡lo va a matar! -gritó Daego al ver la situación- Tenemos que hacer algo.
-Tranquilo chaval. -dijo el picto volviéndose hacia Daego, después le guiñó un ojo con complicidad- Intentaré no pasarme.
Picto y berserker se tomaron de la mano apoyando los codos sobre el cajón de madera. La escena no podía ser más cómica, el elfo picto prácticamente estaba de puntillas mientras que el grandullón se tuvo que arrodillar para poder tomarle la mano.
Durante un segundo todo se detuvo. Los contrincantes se miraron con seriedad, evaluándose en un tenso silencio. Tras ello y como si de un destello se tratara, el elfo picto dio un fuerte tirón, destrozando el cajón de madera y haciendo que el berserker diera varias vueltas de campana hasta estamparse contra la pared.
-¡NO PUEDE SER! -gritaron al unísono Daego y Rayzzen.
-Será mejor que continuemos… -añadió Rayzzen mientras el picto se jactaba y sacaba músculo delante de todos los que se detenían a ver qué había ocurrido.
-Es increíble… ¿Cómo puede ser tío?, ¿Cómo es posible que un picto tenga tanta fuerza? -preguntó Daego mientras retomaban el camino hacia el interior de la ciudad.
-En general, Daego, es un grave error juzgar a nadie por su apariencia. Pues hasta los seres más pequeños son capaces de realizar la mayor de las hazañas.
-¡Seré el mejor espadachín! -dijo Daego deteniéndose frente a su tío- ¡El mejor de todos los paladines!, ¡Y mostraré a todos que no deben juzgarme!
-Estoy convencido de ello. -contestó Rayzzen con una sonrisa.
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